jueves, 6 de septiembre de 2012

Crónicas matutinas de una ciudad eterna I


Nos conocimos en Ferrocarril de Cuernavaca casi esquina con Homero. Él era un tipo normal (tenía su bigote) que manejaba un auto fabricado por Volkswagen (no recuerdo la marca) del año 2000 o anterior. Aquel día el tránsito era particularmente peor que otro día normal en la ciudad, así que entre cada vuelta de rueda me puse a observar detalles de cosas en las que usualmente no pongo atención, me llamó la atención que aquel Volkswagen tuviera, clara y deliberadamente, implementado en el espejo lateral un instrumento para encenderse al momento de poner la direccional hacia el lado izquierdo. Era una flecha con pequeños focos cuyo cable evidente hacía obvio que el instrumento había sido agregado después de que el auto fue comprado. Yo imaginé que un par de años después.

Como siempre, estas elucubraciones me llevaron a armar una historia que justificara que este tipo le hubiera añadido a su auto un instrumento tan útil, aunque muy poco estético. Imaginé que años atrás, había sufrido un terrible accidente al circular sobre alguna avenida importante y querer cambiar de carril. Seguramente el auto que circulaba por el carril de la extrema izquierda no lo pudo notar (acaso estuviera lloviendo aquella tarde-noche) y tristemente le impacto por el costado dejando a este tipo normal con serias lesiones en el brazo y ojo izquierdos. También cabía la posibilidad de que el terrible accidente no le hubiese sucedido a él sino a algún familiar quien penosamente habría muerto tras el terrible accidente.

Todo esto justificaba la extrema precaución, que alguien toma al poner una flecha en su espejo lateral, la lógica de ganar seguridad sacrificando un poco o mucho de estética.

Seguimos avanzando, me distraje con otras cosas, cambié la canción de mi ipod o la estación de radio, luché por avanzar un par de metros más que los demás, procuré no estorbar en las intersecciones y me esforcé por cruzar cuando la luz amarilla seguía encendida. Así pasaron muchos, muchos minutos, hasta que finalmente me vi circulando por Palmas a una velocidad más o menos decente para una avenida.

Sin darme cuenta, el auto de aquel tipo de bigote se había puesto frente a mi auto, no lo noté, hasta que en uno de los retornos de Palmas y sin poner su direccional para indicar vuelta a la izquierda, el sujeto giró haciéndome frenar un poco y de forma repentina. Mi reacción no fue de molestia, sino de angustia, ¿Acaso mi teoría del terrible accidente era errada y lo único que había orillado a este sujeto a colocar ese horrible instrumento en su auto, había sido simple y llano mal gusto?